El manual importado para vivir como un porteño más
25/05/12 - 01:59
Por qué viniste a la Argentina? ¡Es la pregunta del millón! Después de seis años todavía no sé cómo contestar... Por supuesto elaboré una respuesta pero en el fondo me lo sigo preguntando. De manera un poco provocativa que siempre funciona, contesto: “¡Porque amo a la Argentina y a los argentinos... a pesar de todo!”. Creo que desarrollé una cierta admiración por este país que, a la imagen de su geografía, está lleno de contradicciones y gracias al cual, muchas veces, me percato de mi estado de extranjero con cierto regocijo. Vivir en una tierra lejana no es fácil, no todos venimos con la misma tarjeta de presentación y me doy cuenta a diario que ser francés es una bendición. Aprendo a ser fiel a mi país, a proteger su integridad aunque vinculando verdades que descolocan a mis interlocutores. ¿Cómo? ¿Francia no es un paraíso?... depende. Sin embargo entiendo por fin qué es esa famosa “excepción cultural” de la cual hablamos tanto en Francia. Como dramaturgo, y también porque escribo indistintamente en francés y en castellano, me doy cuenta de la importancia de esa herencia cuya primera expresión se refleja a través de un lenguaje altamente rico y sutil. Tal vez nos faltaría la simplicidad.
Cuando llegué no entendí por qué pero, aunque no manejaba el idioma, me sentí instantáneamente como en casa. Me quedé muy sorprendido de encontrar tantos brazos abiertos. ¡El sagrado sentido de la amistad! Pero calculo que llegué en una época donde todavía las cosas eran distintas. El país se recuperaba de una crisis histórica y recién empezaba a abrirse al turismo y recibir extranjeros “europeos” era todavía una cosa nueva. Por supuesto, uno aprende con el tiempo que no todo es tan lindo como parece y me di cuenta rápido que en Buenos Aires la gente sufría de una enfermedad –que ya circulaba en mi Marsella querida– llamada “inconsistencia aguda”. De todos modos el daño ya estaba hecho, me había enamorado de Buenos Aires, de sus terrazas, de sus calles arboladas, de sus milongas, de su arquitectura y de su movida artística ¡Estaba hechizado! No me quedaba otra que encontrar el maridaje entre las costumbres locales que me resultaban difíciles de entender –como la falta de puntualidad o el “sí” que significa “quizás”– y las modalidades de comportamiento social y códigos de buena educación míos, de los cuales no me puedo deshacer.
Así que disfruto de una de la capitales más enérgicas e hirvientes que conocí. Dentro de ese caos que nos hace quejarnos tanto a diario de las veredas o la inflación me concentro en aprovechar dignamente de una dinámica humana y artística única. Lo que me ofrece esta ciudad con tanta generosidad es sin duda el fundamento de lo que hace que me quede. No podría definir a sus habitantes: hay tantos géneros de porteños como porteños hay. El que viene de afuera, el que viene del interior, el que nació acá, el que quiere quedarse y el que me mira con ojos estupefactos porque desea tanto irse.
Lamento un poco una cierta falta de civismo y de cohesión nacional, el “amiguismo” argentino se estanca donde empieza la lucha social. Vale para un buen mate, un asado pero nadie baja a la calle... Amo tanto a la Argentina que me pone triste sentir que no la cuidan como se merece. Me entristece ver a un portero que mientras fuma su pucho se cuelga de la manguera y deja correr litros de agua, el estado de los trenes en los que ando regularmente, preguntarme si podría contar con la policía en caso de que me pasara algo. Pero me paro y pienso en todo lo que sufrió el país, en las heridas abiertas que dejaron las últimas décadas y de repente, aunque me duele, lo entiendo.
No sé ni por qué vine ni por qué me quedo, sin embargo extrañaría el encanto bucólico de Palermo, de sus tiendas “fashion”, el voraginoso movimiento de la gente en Once o la calle Corrientes a la noche, donde se juntan lo mejor y lo peor del teatro. Desde que llegué quise ser un porteño más, trabajando como cualquier persona, cobrando en pesos y, así solamente así, pude aprender lo que era esta ciudad, lo que era la vida de un argentino y lo que era ser porteño. Entonces gracias Buenos Aires, gracias Argentina por ser todo lo que sos y darme lo que me das. Yo sé que corre en tus venas una pasión que sólo el tango sabe expresar, por eso te pido por favor que no te olvides de todas las melodías que te convirtieron en un lugar incomparable en América Latina y que te cuides para vos como para tus hijos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario