martes, 9 de octubre de 2012

La vida del más grande revolucionario, delante y detrás de la cámara

POR ABEL ALEXANDER .INVESTIGADOR FOTOGRÁFICO | clarin.com

Desde las fotos familiares cuando era niño hasta su irrupción como ícono mundial, Ernesto Guevara mantuvo una relación intensa y permanente con la fotografía. Y no sólo fue como modelo: también trabajó como fotógrafo, un oficio que amó y cultivó. Mirá el especial
 
El sello argentino. Ser ministro no lo alejó de sus costumbres nativas: mate y diarios en la cama. Como en familia. En Uruguay, el Che fue visitado por parientes y amigos.
Ernesto Guevara de la Serna, el Che, es uno de los personajes más célebres y fascinantes del siglo XX. Médico, deportista, viajero, revolucionario, militar, funcionario, político y diplomático, durante buena parte de sus vertiginosos 39 años de vida también atesoró una faceta poco conocida: su profundo interés por la fotografía.
Antes de empuñar su propio equipo, el Che estuvo expuesto desde su nacimiento a múltiples cámaras. Observando estas primeras imágenes del futuro revolucionario, nos llama la atención que entre ellas prácticamente no estén los clásicos retratos familiares posados en la galería de un estudio profesional –tan típicos de la época en los hogares de clase media alta, como el suyo– sino que son tomas de exteriores realizadas a veces por los típicos fotógrafos de plaza o “minuteros”. En ellas se ve a Ernestito de bebé y de niño; solo, con sus hermanos y amigos; en Alta Gracia –donde su familia se mudó cuando él tenía dos años para aliviar sus ataques de asma–, en la estancia familiar cercana a Baradero, en Mar del Plata o en las casas de sus parientes en Recoleta. De su paso por la facultad de Medicina de la UBA se conserva en la colección del doctor César Gotta la fotografía de una clase de anatomía de 1948, en la que el futuro Che Guevara sonríe frente a la cámara ante el cadáver ya preparado para el estudio de los futuros médicos. Hasta ese momento, ningún talento fotográfico ha enfocado sobre su figura.
Fue en 1953, durante su segundo viaje por Sudamérica, cuando el Che Guevara se asomó por primera vez al fascinante mundo de la fotografía. En La Paz, donde residía en forma temporal, conoció al fotógrafo alemán Gustav Thorlichen, un sensible artista que lo impresionó tanto como para volcar aquella impresión en su Diario de viaje. Con 47 años, Thorlichen se encontraba en Bolivia realizando diversos proyectos por cuenta del gobierno revolucionario de Víctor Paz Estenssoro, y por esos días exhibía sus mejores fotos. “Gustavo Thorlichen es un gran artista como fotógrafo”, escribió Ernesto. “Tuve oportunidad de ver su manera de trabajar. Domina una técnica sencilla subordinada íntegramente a una composición metódica que da como resultado fotos de notable valor”. La relación entre ambos debió ser fructífera, pues Guevara lo acompañó a fotografiar varios lugares en las afueras de La Paz. En enero de 2001, el periodista Rogelio García Lupo afirmó en Clarín que “el impacto que las imágenes del alemán le produjeron en cuanto las vio no sólo quedó asentado en el Diario sino que influyó en su propio proyecto de vida, a tal punto que antes de dos años, cuando llegó a México fugitivo de la represión anticomunista en Guatemala, lo primero que hizo fue comprar una cámara fotográfica de la cual vivió algún tiempo”.
El 21 de septiembre –día en que en la Argentina se celebra el día del fotógrafo– de 1954, Ernesto arriba a la ciudad de México, junto a Julio Roberto Cáceres Valle, “El Pantojo”. Tienen que ganarse la vida, y es entonces que nuestro personaje se decide a trabajar en el campo fotográfico. Lo contó el mismo Che: “El Pantojo no tenía ningún dinero y yo algunos pesos, compré una máquina fotográfica y juntos nos dedicamos a la tarea clandestina de sacar fotos en los parques, en sociedad con un mexicano que tenía un laboratorio donde revelábamos. Conocimos toda la ciudad de México, caminándola de una punta a la otra para entregar las malas fotos que sacábamos”. En noviembre le escribe a su madre en la Argentina: “la fotografía sigue dando para vivir y no hay esperanzas demasiado sólidas que deje eso en poco tiempo.” En una entrevista realizada por Jorge Timossi al español Rafael del Castillo en su pequeño negocio de fotografía, este refugiado político recuerda el paso del Che por su Foto-Taller: “Según me dijo, él venía de Guatemala con unos periodistas y quería trabajar en algo porque necesitaba ganarse el sustento; le di una cámara sin ningún compromiso. El día que tuviera dinero me la iría pagando como pudiera. Empezó a tomar fotos y venía a diario a que le revelaran los rollos que había tirado en fiestas o por la calle. Cada semana me daba cierta cantidad de dinero para irme pagando el equipo. Hicimos amistad, se veía inteligente y sobre todo muy bien educado. Un día me dijo que era doctor. La primera cámara que le di fue una Retina de 35 mm”.
Se sabe que Guevara tomó fotografías de las ruinas de Uxmal, Chichén Itzá y en lugares como Mérida, Yucatán y Veracruz, y que en algún momento barajó la posibilidad de abrir su propio negocio fotográfico en la capital azteca. Entre el 12 y el 26 de marzo de 1955 se llevaron a cabo en la ciudad de México los II Juegos Deportivos Panamericanos, de los que Argentina participó con 186 atletas. Por esos días y en forma casual –viajaban en el mismo tranvía– Guevara conoció al doctor Alfonso Pérez Vizcaíno de la Agencia Latina de Noticias, quien simpatizó con el joven aventurero y, al tanto de su actividad, lo contrató para cubrir los Juegos. El Che trabajó intensamente como cronista, guía de la delegación por la ciudad y fotógrafo, cubriendo con su amigo “El Pantojo” las diversas justas deportivas, revelando y copiando todo el material diario. Si bien recibió algún adelanto, finalmente la agencia cerró y el Che nunca terminó de cobrar sus fotos.
Poco después Guevara conoció a Fidel Castro Ruz, su hermano Raúl y un grupo de exiliados políticos cubanos que integraban una célula insurgente, junto a quienes cayó detenido el 24 de junio de 1956. El fotógrafo mexicano Cándido Mayo tomó una serie de fotos del Che y Fidel. Son las primeras en que se los ve juntos. Habría muchas más: el 2 de diciembre de 1956, el yate Granma llegó a la costa de Cuba cargado con 82 revolucionarios. Dirigían la expedición Fidel y Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto “Che” Guevara, en su doble condición de médico y combatiente. Luego de un complicado desembarco entre manglares y pantanos, la aviación gubernamental atacó y sólo una veintena sobrevivieron para internarse en la Sierra Maestra e iniciar la lucha guerrillera. Comenzaba así otra etapa fotográfica en la vida del Che.
Entre selvas y montañas el argentino carga su cámara de 35 mm. con resistente funda y correaje de cuero, convirtiéndose en un especial reportero de guerra. Y se produce, ahí y entonces, la impresionante metamorfosis fotográfica de su vida: ya no es el esforzado estudiante universitario o el ignoto viajero. Su posición en la cúpula de la guerrilla más buscada por la prensa internacional lo convierte de repente en una figura pública que todos los medios se disputan. El impacto mundial que causan la estampa y el discurso del Che es gigantesco, y trasciende la esfera política: desde que su retrato con uniforme de combate comienza a publicarse en los principales medios del mundo, se inicia un fenómeno muy especial alrededor de aquel barbudo joven sudamericano: miles de jovencitas se sienten fuertemente atraídas por este hombre idealista de aspecto sumamente atrayente y sexy.
Los fotógrafos de todo el mundo peregrinan hasta la selva para retratar a los guerrilleros. Entre ellos, Tirso Martínez fue protagonista de una anécdota que refleja la pasión del Che por la fotografía: “a fines de la guerra contra Batista subí al Escambray. Me instalé en el campamento del Che. Me dio una cámara que había traído de la Sierra Maestra en muy mal estado, sucia, para que se la arreglara ‘¿No te quedarás con ella?’, me preguntó: ‘Si está buena, a lo mejor’, le respondí”. “La traje para La Habana. Triunfó la Revolución y un día fui a fotografiarlo al Ministerio de Industrias. Un grupo esperábamos afuera, en el pasillo; salió de la oficina y delante de todo el mundo me dijo: ‘Chorro, me robaste mi cámara’.” El 3 de enero de 1959, dos días después de que el dictador Fulgencio Batista y su familia huyeran de Cuba, arriba triunfante a la La Habana el ya mítico Che Guevara. Las agencias de noticias envían a sus mejores fotógrafos para obtener la ansiada foto de aquel enérgico barbudo que encendía la imaginación de la juventud mundial. A partir de entonces y desde sus diversas funciones públicas, el Che construirá una cómplice relación de fotógrafo a fotógrafo con sus colegas cubanos: entiende perfectamente el trabajo de estos hombres de prensa y los secretos de una profesión que exige talento, velocidad de acción, sentido de la oportunidad, coraje para superar escollos y un estado de alerta permanente. Como ejemplo de esta camaradería, frente al reportero Guillermo Fernando López Junque dijo que “no hay muchos fotógrafos chinos, cubanos, ni López, así que te llamaré Chinolope”, seudónimo que López adoptó complacido.
Liborio Noval, una leyenda de la fotografía cubana que falleció el mes pasado, recuerda algunas anécdotas con relación al Che: “Fue el 26 de febrero de 1961 en el Reparto Martí. Yo trabajaba para el periódico Revolución. Ese domingo me mandaron para fotografiar al Che en un trabajo voluntario. Cuando llegué, el argentino me preguntó qué hacía allí. Tomar fotos, le contesté. Entonces me pidió que colgara la cámara y lo ayudara a llenar las carretillas. Así estuvimos todo el día. Sólo me dio diez minutos para hacer mi trabajo”. Fue Noval quien el 2 de enero de 1964 registró al Che en la Plaza de la Revolución junto a su cámara con teleobjetivo, imagen que ilustra esta página.
Otro cronista gráfico del Che fue Rogelio Andrés Torres, quien registró su afición al pilotaje o una concentrada partida de ajedrez en 1962, durante un descanso en la dura jornada del trabajo voluntario. Raúl Corral Varela (Corrales) provenía de una familia obrera campesina, y desde que se inició en la fotografía puso su cámara al servicio de los desprotegidos. Al triunfar Castro se convirtió en un cronista de la revolución, que realizó excelentes retratos del Che con logrados primeros planos. Ernesto Fernández, un destacado fotorreportero político, se valió de una artimaña para poder realizar algunas tomas del Che trabajando en la zafra de la caña de azúcar: “Entré al cañaveral hasta que lo encontré, con su uniforme verde oliva y un sombrero de guano. Le dije que tenía una cámara Leica con la que nunca había trabajado, que se me había trabado y no sabía cómo arreglarla, que si podía ayudarme. Tomó la cámara y, por supuesto, funcionó perfectamente. Me comentó sobre la calidad del equipo y siguió cortando caña. Le dije si podía tomarle algunas fotos para probar la cámara y estuvo de acuerdo”. Una de estas fotografías ilustró el billete de 3 pesos que circuló en Cuba hasta 1989.
En septiembre de 1959, el Che había sido invitado a una entrevista en la televisión de La Habana. El evento fue cubierto por la cámara del cubano Raúl Carreras, quien al siguiente día le entregó una cantidad considerable de copias de 8 x 10 centímetros. Guevara lo mandó llamar de inmediato, y tirando las fotos sobre el escritorio, le dijo: “Las fotos están bien, quien está mal sos vos. ¿Para qué tantas fotos? Aprendé a no despilfarrar los medios del Estado. No seas ‘guataca’ (derrochón)”, le dijo. Osvaldo Salas Merino fue otro de sus iconografistas recurrentes, y no debemos olvidarnos de uno de los registros más famosos, realizado por el gran fotógrafo suizo René Burri, quien en 1963 lo retrató en su despacho de ministro de Industria fumando su inseparable puro, emblemática fotografía publicada en abril de ese año por la revista Look.
Hacia 1960, frente a las crecientes tensiones con Estados Unidos y los exiliados cubanos en Miami, el gobierno de Fidel Castro compró un cargamento de armas a Bélgica. El embarque arribó a La Habana a bordo del navío francés “La Coubre”. El 4 de marzo, mientras se descargaba el armamento, una tremenda explosión fruto de un sabotaje sacudió los muelles habaneros y mató a 136 personas. Al día siguiente, el gobierno cubano realizó un gran acto de repudio. Las autoridades revolucionarias se encontraban en el palco, desde el cual Fidel pronunció su famosa consigna “Patria o Muerte”. A poca distancia, cubriendo el acto para el diario República, se encontraba uno de los más talentosos fotógrafos cubanos, Alberto Díaz Gutiérrez, más conocido por su seudónimo artístico de Korda. El Che se encontraba en la misma tarima, cuando Korda con su cámara Leica observó que daba un par de pasos al frente para mirar a la multitud: “Cuando lo enfoco a él y tengo la visión del lente de 90 milímetros, observo esa expresión que tanto me conmueve. Lo tengo en el objetivo. Aprieto el obturador, tiro una primera fotografía, doy vuelta la película –la cámara era manual– y descubro que aquella expresión era muy buena, que ahí tengo un retrato. Pongo la cámara en posición vertical y tiro un segundo negativo. Estoy virando nuevamente el rollo, cuando levanto la vista y el Che ya no está. Todo ocurrió en medio minuto”, recordaría.
Esa noche, en el laboratorio, eligió este último negativo y encuadró el rostro del Che, para lo cual eliminó el hombre de perfil que se encuentra a la izquierda y una palmera a la derecha. La cabeza del comandante se encuentra algo difuminada, rodeada por la luz pareja y suave de una tarde fría y nublada. Presentó esa toma a sus editores, pero no los convenció: la archivaron. Pasaron los años, y en el verano de 1967 el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli visitó el estudio de Korda para buscar fotos del Che: el artista le obsequió dos copias 30 x 40 en papel brillante del aquel retrato. Pocos meses después, en octubre, matan a Guevara en Bolivia y Feltrinelli imprime la emblemática fotografía en un millón de afiches de 1 metro por 70 centímetros. El resto de la historia es conocido: aquel dramático retrato de 1960 se convierte en la representación misma del mito guerrillero. La imagen da la vuelta al mundo y se multiplica por millones en pancartas, afiches, publicaciones, pintadas callejeras, estandartes de lucha. Según los críticos, “Guerrillero heroico” se encuentra entre los diez mejores retratos de la historia de la fotografía, y se considera la foto más reproducida del mundo. Korda nunca cobró un centavo por ella, en línea con sus convicciones revolucionarias de que dicha imagen multiplicaba el mensaje de aquel que había ofrendado su vida en pos de sus ideales. Sólo accionó judicialmente contra una conocida marca de vodka que usó la imagen en sus botellas: ganó el juicio por 50.000 dólares y los donó a Cuba.
En sus años como funcionario, el Che fue un verdadero “blanco móvil” para los fotógrafos que lo inmortalizaron en las más diversas situaciones, poses y compañías. El los dejaba hacer: como buen apasionado por la fotografía –adonde iba llevaba colgada al cuello su cámara de 35 mm.– conocía perfectamente el inmenso valor político que tenían las imágenes. Mientras, él también sacaba sus propias fotos, tanto en Cuba como durante sus giras diplomáticas. Y por supuesto, tampoco descuidaba las imágenes familiares: cuando Vicent Monzó, curador de una excelente muestra sobre Guevara, se entrevistó en La Habana con su viuda Aleida, ella le mostró varias cajas de zapatos llenas de fotografías tomadas por el Che.
Sus últimas fotos las tomó durante la campaña revolucionaria en la selva de Bolivia –el mismo país donde Thorlichen lo había deslumbrado– y se hicieron conocidas luego de que los oficiales bolivianos que lo capturaron vendieran los negativos. Para entonces, el Che ya había llegado al final de su iconografía fotográfica: la cámara de Freddy Alborta había registrado para la Historia su cuerpo baleado y tendido con los ojos bien abiertos sobre una camilla de la lavandería del hospital de Vallegrande, donde los militares del Ejército boliviano lo trasladaron luego de su ejecución en La Higuera el 9 de octubre de 1967. Eran las últimas imágenes del revolucionario, las primeras del mito.

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