"Caranchos": el increíble negocio de los que lucran con el dolor ajeno
Algunos estafan a víctimas de accidentes para cobrar indemnizaciones. Compran los casos en hospitales y comisarías. También hay trampas en los cementerios. Y lo último: las falsas funerarias, que intentaron engañar a un periodista de Clarín.
Por: Gerardo Young
Es un territorio único, el del dolor, donde las anestesias no siempre alcanzan. En ese sitio hostil mandan los "caranchos", escondidos detrás de un rostro afable (digamos, un Ricardo Darín) o bien detrás de una voz en el teléfono. Acudo a la primera persona porque fui víctima de ellos, o casi, hace nueve días. Habíamos enterrado a mi papá hacía apenas cuatro horas, cuando mi hermano atendió el teléfono:
- Buenos tardes, hablamos de la cochería...
Era la voz de un hombre, muy formal, extremadamente cuidadoso, hasta parecía acongojado por la desgracia familiar a la que invadía. Le explicó a mi hermano que estaba chequeando la calidad del servicio de la funeraria. Si los empleados habían llegado a horario, si la familia había sido bien atendida. ¿Volvería a recomendar a la empresa? Envalentonado, el hombre explicó que el trámite para obtener el certificado de defunción -del que se ocupan las funerarias- podía demorarse varios días, pero podía acelerarse si se pagaba "ya mismo" un adelanto del servicio.
- Si le parece, le enviamos hoy mismo un cobrador a su casa.
Mi hermano dudó, como dudan las cientos de víctimas de estos "caranchos". Pero por suerte tuvo el tino, una gota de lucidez en medio de ese sentirse aturdido de la congoja, para darse cuenta de que lo estaban timando. Le dijo que no, que prefería ir a pagar a la cochería tal como se había acordado.
La voz del teléfono no era la de un empleado de funeraria; era un embaucador. "Dos de cada treis clientes sufren esos intentos de extorsión", explicaron en la tradicional cochería Lázaro Costa. Las víctimas, multiplicadas, son cientos o miles por día. Sólo para darse una idea de la magnitud, hay 400 cocherías sólo en la Capital y mueren por año, en todo el país, 250 mil personas. Y muchos familiares caen en la trampa. Le pasó en esos días a la familia de Guillermo Salatino. El sábado de la semana pasada enterraron a Alejandro, hijo del periodista más famoso del tenis, y a las pocas horas recibieron el llamado de otra supuesta cochería. Salatino lo contó días después en radio La Red. "Se llevaron dos mil pesos. Le quiero decir a la gente que no le paguen a nadie y lo lleven a las oficinas de las cocherias. Nada me parece más bajo que aprovecharse de un momento como ese. Cuidado que hay gente miserable."
¿Son, esos timadores, únicos en su especie? En realidad, son la versión más moderna del mundo de los "caranchos", aves de caroña a las que les usurpan el nombre aquellos que viven de estafar a los que sufren. Personajes que se mueven con impunidad en el territorio del dolor, ese que muestra como nunca la nueva película de Pablo Trapero, recién estrenada y ya un éxito (Ver La película...).
En la versión de Trapero, el "carancho" tiene la cara de Ricardo Darín y se llama Sosa, un abogado al que le sacaron el título por alguna vieja tropelía y ahora se dedica a estafar a víctimas de accidentes de tránsito, a las que embauca para quedarse con formidables porcentajes de lo que pagan las companías de seguro. ¿Qué dice Trapero? Trabajó en el guión durante un año medio y lo pensó como una historia de amor entre Sosa y Luján, una jóven médica que trabaja "para salvar vidas, mientras los otros se aprovechan de las víctimas". Trapero se entrevistó con abogados buenos y de los otros. "Los abogados de accidentes de tránsito son vitales para muchas personas que no sabrían cómo reclamar sus derechos. Pero muchos pasan la línea ética. Y hay muchos cómplices que colaboran".
La línea que se vulnera es clara en la película: Sosa se queda con el 90 por ciento de las indemnizaciones, incluso provoca accidentes con marginales a los que les parte las piernas con un mazazo con tal de ganar dinero. La trama es oscura y sólo por momentos luminosa. Sus protagonistas logran soportar sus vidas con inyecciones de anestesia. "Es un mundo real", dice Trapero. Y vaya si lo es.
Donde conocen a los "caranchos" es en el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal. El Tribunal de Disciplina del Colegio se encarga de auditar a los 70 mil abogados activos de la Ciudad. Y cada año reciben 1.500 denuncias contra abogados que, según parece, se quedan con la plata que debían cobrar sus clientes. "Es un problema y trabajamos para controlarlo. Nuestro Código de ética es claro: los abogados no pueden usar a intermediarios para llegar a sus clientes ni cobrar honorarios más allá de lo establecido, es decir, el 20 por ciento o hasta el 40 si se hacen cargo de todos los gastos del juicio", explica Graciela Rizzo, miembro del Tribunal de Ética.
El Código que regula la conducta de los abogados impuso en 1987 la prohibición de los intermediarios. Entonces ya era una práctica habitual el sistema de los "caranchos", sólo que se va perfeccionando. Hoy nace casi siempre en la guardia de los hospitales, en los servicios de ambulancias, en las comisarías, en las cocherías o incluso en los avisos fúnebres, de donde sacan los datos las falsas cocherías.
Como toda actividad ilegal, está repleta de apodos que pretenden ocultarla. Se les llama "punteros" a los camilleros, médicos, policías o empleados de funerarias que consiguen "los casos", como puede serlo un herido en la vía pública o la viuda que, cubierta de lágrimas, entra a una comisaría a denunciar la muerte de su esposo. Los punteros hacen de enlace con los abogados, conocidos en la jerga como "bolseros" o "mayoristas". Por cada cliente que consigue, según sus posibles beneficios, el "puntero" cobra 2.000 o 3.000 pesos.
"Un herido con fracturas múltiples vale 3.000, porque el abogado va a sacarle 30 o 40 mil pesos al seguro", explica Eduardo M., abogado especialista en accidentes. Con el caso encima, los "bolseros" pueden fabricar oro. Primer objetivo: lograr que la víctima les firme un poder de representación total. Con ese documento, van a las companías aseguradoras y negocian o van a juicio. Una vez que cobran, les dan una pequeña porción a las víctimas.
¿Cuánto cobran por una víctima mortal? En instancia de juicio, la aseguradora puede llegar a pagar cientos de miles de pesos. Si se acuerda extrajudicialmente, poco más de 100 mil. Esos montos revelan un formidable negocio detrás de la vida y la muerte. En 2008, según la Superintendencia de Seguros, las aseguradoras pagaron 2.571 millones de pesos por los siniestros. El CESVI, un Centro de Seguridad vial que depende de las empresas, sostiene que el 10 por ciento de los casos esconde algún fraude, desde la rotura falsa de vidrios hasta la falsificación de accidentes. Dice Marcelo Aiello, del CESVI:
"Hay organizaciones que se dedican exclusivamente a esto. Son bandas que provocan los siniestros o magnifican los daños, incluso llegan a mutilar a las personas que por falta de información o acceso a necesidades básicas se prestan a este tipo de prácticas. Estas bandas delictivas, muy bien organizadas, tienen todos los eslabones de la cadena unidos. Incluso se involucran miembros de la policía, hospitales y hasta las casas de velatorio"
Las aseguradoras tienen sus redes de protección, pero son siempre insuficientes. Cuentan con bases de datos o "listas negras" de estudios jurídicos sospechosos y lugares o localidades marcadas en rojo. "Si nos llega un accidente de Mercedes o de Olavarría, sabemos que hay que estar atentos o acudir rápido al lugar para llegar antes que el carancho", explica el abogado de una de las principales aseguradoras. ¿Cómo detectar un fraude? Es difícil. Incluso en los casos de "rompehuesos", los fabricantes de accidentes.
El 19 de mayo del año pasado, en Laferrere fue detenido un abogado al que se acusa de haber fracturado y manipulado a más de 50 clientes. Se valía de indigentes a los que les pagaba 200 pesos de adelanto y manutención hasta que curaran. Luego, él cobraba una fortuna. "Una fractura de tibia y peroné se paga 35 mil pesos. Al indigente le tiran, entre anticipo y mantenimiento, como mucho tres mil", cuenta Eduardo.
Punteros, bolseros, mayoristas, caranchos. El universo no termina en los accidentes, sino que se extiende a los juicios contra las ART por accidentes de trabajo (aunque allí no hay tantos accidentes fraguados, sino más bien exageraciones) y avanza hasta la muerte. "Las funerarias escuchan nuestra radio y saben cuándo hay un muerto", dice un funcionario del SAME que pide anonimato. Las funerarias tienen también "punteros" en los hospitales, siempre listos para entregar una tarjeta de recomendación a cambio de una comisión.
Pasada la prueba de la cochería, llegará entonces el cementerio, donde, sobre todo en los municipales, habrá que lidiar con los cuidadores de flores, con los rateros de las manijas de bronce de los cajones o incluso pelear (o pagar) por conseguir un buen lugar. Y finalmente los "caranchos" del día después. Las falsas funerarias, explica Victoria Engelbart, de Lázaro Costa, "llaman el día del entierro, para agarrar a la familia obnubilada". ¿Por qué no agarrarlos en plena acción? Mi hermano me mira y me pide opinión. ¿Será facil atraparlos? ¿Tenemos la energía para hacerlo? Ni aunque tuviésemos la voluntad. Los "caranchos" no van de frente. Para cobrar los falsos adelantos usan remises a los que llaman por teléfono desde locutorios imposibles de detectar. Así como para ciertos dolores no hay anestesia suficiente, para algunos carroñeros no hay técnica que sirva. Salvo la de estar prevenidos. Aún en el peor momento.
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