Carlos Fuentes: Un gran novelista y un auténtico caudillo cultural
POR MATILDE SÁNCHEZ | Clarin.com
Tenía 83 años. Fue uno de los líderes del “boom” que universalizó la literatura latinoamericana en los 60, y un intelectual comprometido. El 1° de mayo visitó Buenos Aires, una de sus ciudades amadas.
16/05/12
La repentina muerte de Carlos Fuentes se produce cuando aún resuena su conferencia del 1° de mayo en la Feria del Libro, donde se lo vio rozagante y del mejor humor. De 83 años, Fuentes fue internado a la mañana en el sanatorio Los Angeles del Pedregal, al sur del Distrito Federal, por una hemorragia gástrica sin antecedentes. Falleció una hora y media más tarde. En aquella charla de mayo el narrador, además un caudillo cultural en la tradición del historiador Alfonso Reyes y el poeta Octavio Paz, enlazó referencias de varios siglos en las que afirmó la rotunda superioridad de la literatura sobre la Historia, al tiempo que desplegó su voracidad de lector. Al concluir, insistió en firmar decenas de ejemplares de pie para una larguísima fila. Si el DF celebró sus 80 años con una agenda maratónica de invitados internacionales en su honor -”es nuestro tradicional estilo faraónico-azteca”, comentó un amigo suyo-, es claro que su figura pública como impulsor de lectura y polemista no tendrá heredero bajo el signo de los tiempos actuales.
Hijo de un diplomático mexicano, Carlos Fuentes nació en Ciudad de Panamá en 1929 y fue un cosmopolita feliz desde la niñez. Cursó la escuela en distintas capitales sudamericanas y tuvo un conocimiento profundo de Buenos Aires, una de las ciudades a las que siempre quería volver quizá porque le recordaba su debut erótico -con especial debilidad por el Hotel Alvear, su art nouveau, su “parisinidad” de imitación.
De vuelta en México, se casó con la actriz Rita Macedo en 1959 y tuvo la única hija que lo sobrevive. En 1965 ingresó en la diplomacia, con la que financió la primera parte de su obra. Fue el comienzo de una carrera literaria fulgurante, en coincidencia con el apogeo de la influencia del libro y el crecimiento de la clase media urbana.
Su primera novela, La región más transparente del aire , que transcurre en el DF, fue una declaración de principios innovadores para un realismo que hasta poco antes atendía las buenas intenciones del indigenismo.
Aura y sobre todo La muerte de Artemio Cruz , con su uso de la técnica del fluir de la conciencia, le dieron centralidad como escritor nacional y multiplicaron el impulso para una literatura regional con rasgos propios. Se convirtió en gran interlocutor y en uno de los portavoces más influyentes de la vanguardia literaria, mientras su persona pública prolongaba el alcance totalizante de los intelectuales del siglo XIX, modernizando la huella de Sarmiento y José Martí -a quienes releía-, es decir, el miembro eximio de una elite intelectual que asume la tarea de alentar la vida nacional.
Uno de sus rasgos salientes era la aptitud para acometer distintos registros. Adoraba el cine de los años 40 (su última tarde en Buenos Aires la pasó buscando películas), hablaba con elegancia sobre lo más profano, era un artista del chisme. Pero podía comentar los últimos contratos de China con el gigante petrolero mexicano.
Pero también era un amante serio de la Historia -creía en esa mayúscula-. Desde este fervor participó del presente. Dos ejemplos. Fue nombrado embajador ante Francia en 1972 y allí lo encontró el premio Rómulo Gallegos (por su novela Terra Nostra ). Pero renunció a la misión en 1977, cuando el ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, a quien se atribuye la orden de la masacre de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco, fue nombrado embajador en España. Pese a su larga amistad crítica con el otro gran caudillo, el poeta y ensayista Octavio Paz, rompió con él para siempre cuando éste apoyó al presidente Salinas de Gortari. Aunque vivió años de voluntaria exigencia como conferencista rutilante y héroe cultural, nunca abandonó la disciplina de escribir, temprano cada mañana.
Las últimas décadas le reservaban a él y su segunda mujer, Silvia Lemus, solo tragedias: la muerte de su hijo, Carlos (tuvo un infarto mientras nadaba en Acapulco; lo supieron en Buenos Aires) y el horrendo final de su hija Natacha, en avanzado embarazo, en 2005. Silvia escribió un conmovedor testimonio sobre su hija, Fuentes publicóTodas las familias felices , relatos breves en los que flotan fantasmas auténticos. Una vez le oí contar al escritor Gonzalo Celorio que tras la despedida de Natacha, los Fuentes fueron a comer con amigos a la tradicional munich Bellinghausen. Presente en ese momento, García Márquez ordenó un champán: “Es que en esta mesa tenemos mucho que olvidar”.
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