Tres flashes y un pasaje hacia una nueva vida
De chico, imaginó La Ciudad a la distancia. Ya de grande siguió hasta aquí a una mujer, la actual madre de sus hijas porteñas.
clarin.com 03/08/12
Debo reconocer que llegué a la Argentina a partir de una serie de flashes. 1°) Enero de 1978, Tomi, un amigo de la infancia vive entre Buenos Aires y Milán por el trabajo de su papá. Jugamos a los piratas en un viejo baúl que tiene un sticker del puerto de Buenos Aires. Me habla de espacios abiertos y de la escuela que empieza en marzo. Tengo que ir a ese país.
2°) Verano de 1982, guerra entre dos países que considero civilizados. Maduro amor para el barroquismo de las crónicas de la política y el atlas que me ayuda a descubrir un territorio realmente inmenso frente a mi pequeña bota europea, más chica que la provincia de Buenos Aires.
3°) Diciembre de 1999, Santiago de Cuba. Una psicóloga argentina. Vuelvo a Italia y, en el camino desde el aeropuerto a casa, entro en una agencia y compro un pasaje. Fecha: 25 de diciembre. Destino: Buenos Aires.
Vamos a cambiar de milenio del otro lado del mundo. De los 8 grados bajo cero de mi casita en los Alpes a los 39 de San Telmo. Buenos Aires sabe cómo marcarte el recuerdo de tu primera visita.
Desde allí los flashes se hacen más seguidos y uno termina encandilado por la belleza de todo, por la luz, por la gente. Mi primer día solo por la Ciudad elijo perderme sin destino final. Diagonal Norte, Florida hasta plaza San Martín, de las avenidas inmensas a la Recoleta. ¿Qué les pasa a los árboles? ¿Y a las chicas? ¿Y a los que tocan los tambores? ¿Y al bife de chorizo? Todo tan exuberante y una certeza desde el primer día: antes o después quiero vivir un tiempo en esta ciudad.
El 10 de agosto de 2006 empieza el primer día del resto de mi vida. Hace casi seis años que estoy aquí, acabo de cumplir 40, tengo dos hijas porteñas y sigo con mi amor, la argentina que conocí en Cuba. Recorrí mil veces casi todos los aeropuertos de la región. Soy un traficante de talento argentino. Exporto por toda Latinoamérica branding de primerísima calidad, como se dice hecho acá . Trabajo en FutureBrand, una gran consultora de desarrollo estratégico y creativo de marcas.
Amo tener un auto con ventanillas manuales. No sólo y no tanto por la nostalgia del primer auto de mi papá. Me gusta tener un auto común y corriente, sin muchos chiches que se puedan romper. No tener que vivir con la angustia de tener el último modelo de auto, zapatilla, celular. Un estilo de vida colectivo, menos híperconsumista e hípercompetitivo puede ser muy sano para la felicidad individual.
Amo el respeto por los niños. Difícil explicarlo a quien vive en la Argentina y lo considera natural, pero Buenos Aires es una ciudad que me tendió mil veces la mano mientras estaba paseando con un cochecito o bajando de un bondi con una nena a upa. Y las plazas tienen miles de ojos cuando tu nena intenta hacer bungee jumping de un tobogán o descubrir cuántos baldes de arena entran en los ojos de un compañerito. Es impresionante el número de payasos, actores, músicos y titiriteros que decidieron dedicar su vida o parte de ella a los chicos.
A diferencia de lo que le debe suceder a la gran mayoría, a mi me encanta que me despierten el sábado a la mañana con ruido a martillo neumático y ver espantosas torres que crecen entre casitas como hongos. Es la contaminación acústico-visual de una ciudad viva, que evoluciona, claro, con su clásico desorden porteño, pero hay que pensar que la fundó una hermosa mezcla de pueblos mediterráneos. Y hablando de mezclas, adoro leer entre las primeras palabras de un país que nace la frase: “y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino” .
Pero lo que más que nada me llena de vida es abrir el viernes a la noche un portal de teatros y no tener la más mínima idea de qué elegir porque la oferta cultural es abrumadora, incluso para alguien que vivió en Milán, en Roma, en Londres y en Nueva York. Y probablemente el centro de todo está allí, en los pequeñas casas que se transforman en precarios teatros, en el contador (o el experto de branding) que se sube a un escenario.
Estas extraordinarias ganas de festejar, de hacer y ser cultura al mismo tiempo, de no dejar nunca de vibrar en sintonía con los demás, de encantar y dejarse encantar es la fuerza y lo que define en el profundo a esta ciudad y a este país.
Ah, y otro día hablaremos de los dos o tres defectos que le encontré a la Ciudad, pero no hay prisa, me voy a quedar varios años más por aquí
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