viernes, 1 de octubre de 2010

Planeta Redondo

El Pelé de Uruguay que murió pobre y abandonado

30/09/10 - 10:47

José Leandro Andrade fue el primer crack negro del fútbol. Ganó con su selección los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928 y el Mundial de 1930. Tocaba el violín y el tamboril. Y hasta jugó en Argentina para Atlanta.

Por Waldemar Iglesias



AQUELLOS DIAS. Andrade, en un descanso de los Juegos de Amsterdam 1928, les sirve una copa a sus compañeros del plantel.

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José Leandro Andrade creía que todo era posible: era capaz de jugar un partido como el mejor futbolista de su tiempo y a la noche rendirle homenaje a su pasión por la música. Primero, demostraba en los escenarios de su país y del mundo que era el primer crack negro de la historia. Luego, tocaba con esmero el violín y el tamboril.

En ocasión de los Juegos Olímpicos de 1924, en París, cuando la gran cita futbolística sucedía, Andrade se ganó un apodo que le duró para siempre: La merveille noire (La Maravilla Negra). Señala el periodista Miguel Abalos: "Su figura fue adquiriendo resonancia en cada partido. Tan exquisita destreza en los pies no era sólo para el deporte, también bailaba el tango… y como pocos. En París cambió su desgastada gorra por un 'chambergo' que le hacía sombra a sus renegridos ojos vivaces y atrevidos y sus privilegiados pies dejaron las alpargatas para vestirse con unas botitas de charol que les daban jerarquía. Fue la locura de las rubias francesas, que se lo disputaban como algo extraño y misterioso que puede traer suerte o temor, tal vez un raro sensualismo, y ¿por qué no?, algo de salvaje".

Antes de que existieran los Mundiales él ya era una figura mundial: fue doble campeón olímpico en 1924 y 1928 y también obtuvo dos Copas América, en 1923 y 1926. Después fue campeón de la primera Copa del Mundo, en 1930. Retrata Rubén Olivera en el diario La República, de Montevideo: "Perteneció a una generación maravillosa de futbolistas uruguayos, dueños que fueron de picardía, ingenio, fantasía, temperamento y amor a la camiseta, que al cabo, por ella se jugaba".

Eduardo Galeano, encantador artista de las palabras, contó sobre Andrade: "Las gambetas de los jugadores uruguayos, que dibujaban ochos sucesivos en la cancha, se llamaban moñas. Los periodistas franceses quisieron conocer el secreto de aquellas brujerías que dejaban de mármol a los rivales. José Leandro Andrade, intérprete mediante, les reveló la formula: los jugadores se entrenaban corriendo gallinas, que huían haciendo eses. Los periodistas lo creyeron, y lo publicaron". Y lo resume, en su libro Fútbol a sol y sombra: "Fue negro, sudamericano y pobre, el primer ídolo internacional del fútbol.

Fue figura de los dos gigantes del fútbol de Uruguay: Peñarol y Nacional. Y hasta tuvo un poco recordado paso por el fútbol argentino. El periodista e historiador Edgardo Imas sostiene sobre su paso por este lado del Río de la Plata: "Lamentablemente, en Atlanta pasó casi inadvertido pues apenas jugó tres partidos oficiales: uno solo por el Campeonato 1933 (Atlanta 1 - Vélez 3, cuarta fecha, el 2 de abril de 1933) y los dos restantes por la Copa de Honor "Beccar Varela" 1933, en enero de 1934 (Atlanta 2 - Sudamérica de Montevideo 0 y Central Córdoba de Rosario 2 - Atlanta 0)". Actuó además en la curiosa fusión Lanús-Talleres. Pero con la misma particularidad: un recorrido breve y casi perdido en un rinconcito de la memoria, en 1934.

Era también un seductor. Tras la consagración en los Juegos Olímpicos de París, no regresó con sus compañeros. Una condesa rubia y de ojos claros había decidido abrazarlo por un rato largo. Cuando Andrade volvió al puerto de Montevideo, cuentan que ella -que no lo podía olvidar- viajó a Uruguay para llevarlo a Europa nuevamente. Militante de la bohemia, Andrade prefirió siempre la tierra que lo vio crecer. Y allí permaneció en sus días de gloria y hasta cuando la fama lo abandonó y las oscuridades lo atraparon. Murió de tuberculosis a los 55 años, pobre, en la soledad de un asilo. Dicen que la condesa jamás lo olvidó. La historia del fútbol, tampoco.

A modo de conclusión, escribió alguna vez Julio César Puppo, perfecto retratista de Montevideo y de sus personajes: "Hay algo de admirable y de grande en todo esto. Algo admirablemente dramático en esta vida original, personalísima, que se despegó de un buzón hediondo a perros, y se levantó hasta los labios perfumados de las finísimas parisinas, para ser devuelto a la calle, más pobre y abandonado que antes. Hay hasta poesía. Hay, sí. Poesía de arrabal: letra de tango".

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